Las siete fotos que forman parte de la exposición Severa vigilancia son testimonio de lo que pasó o, mejor, de lo que dejó de pasar, depende de qué lado del muro se mire. Son imágenes tomadas de una de las casas de Gonzalo Rodríguez Gacha, uno de sus fortines más conocidos en Bogotá, donde las leyendas se reproducen como los fantasmas que rodean la mansión.
Ese fue el terreno físico que fotografió François Bucher, recogiendo las historias y las voces de lo que fueron esos años de sangre y terror, hoy cubiertos por la decadencia y las enredaderas de la casa, de un jardín que en su momento fue ejemplo de paisajismo y hoy es pasto y patio de carros detenidos por el tránsito, camiones de acarreos que violaban las normas, furgonetas escolares inservibles, carros tragados por la microselva de esa casa del Chicó.
No hay que confundirse: la casa donde se montó la exposición no es la misma de las fotografías, aunque pertenezcan al mismo club de la decadencia y el olvido de la división de narcóticos que la tiene arrumada y abandonada, pasto de indigentes nocturnos y desocupados diurnos, los únicos que la visitaban hasta hace unos días. Justo en la semana antes de la inauguración de la muestra, una gata parió una camada en el jardín de la casa, y las lluvias obligaron a los animalitos al cielorraso de la casa, donde les ganaron el espacio y la cama a los indigentes de ocasión.